lunes, 1 de octubre de 2012

A veces las cosas salen como lo planeabas

 Pablo Rasgado. México.


El abuelo II

Aquel hombre construye cercas
para que los pies de los indios
no ensucien su tierra,
pero el muy cabrón deja una puerta abierta
por donde adentra a las mestizas
a ensuciar su catre.
No importa, decía mi abuelo,
necesitamos de hombres como él.

Aquel joven le pone un guión
en medio a sus apellidos
para hacerlos más largos,
más sonantes, más pesados,
cree que así pule
su estatus y su posición
en un espacio imaginario
que otros han perpetuado.
Está bien, decía mi abuelo,
en esta tierra hacen falta jóvenes como él.

Mira, ves esa hacienda,
adentro, muy adentro, vive la patrona.
Es vieja de tiempo y tardía de ideas,
levanta su muralla con fibras de henequén,
mis manos son dignas de trabajar para ella
pero mis ojos nos son dignos de mirar sus árboles.
Vaya bien, decía mi abuelo,
su actitud es aceptable.

Y si acechas todavía más,
allá en el fondo, está la iglesia,
el padre dice cosas que suenan a verdad,
pero son puras mentiras.
Para mí que el diablo vive en la tierra
y dios en el suelo
y no nos hemos enterado.
La ignorancia que predica, decía mi abuelo,
es comprensible.

Porque eso, todo eso,
es justo lo que necesitamos.
Necesitamos de toda esa mierda
para levantarnos,
para que nos crezcan los pies
y así andar
la marcha que demandan nuestras manos,
nuestras bocas,
nuestros huevos,
nuestras heridas,
nuestras almas.

Y mi abuelo se levantó
con dos fusiles bajo el brazo,
se levantó con un coro de nombres,
- Jacinto, Cecilio, Felipe -
y la justicia entre sus ojos.
Y el viento apestaba a muerte,
a sangre de venado,
el viento olía a moreno
tirando a puro blanco.

MACM








Pablo Rasgado. MACO 2012




***

Intento dejar Tokio,
como si se pudiera olvidar la falta de niños,
los excesos de color y símbolos,
como si todo lo que hemos sido
pudiera guardarse en algún trasero.
Dicen que nos llevan 5 años de ventaja,
veo sus vagones llenos de gente que no habla,
no se observa, no sonríe, no existe,
gente que vive dentro de su SIM
y pienso que tal vez no estén tan adelantados.

Camino en medio de los rascacielos
(todos me recuerdan NY),
tropiezo con un jardín antiguo.
Un maestro Zen dibuja el estanque,
voltea y me dice:
“Esos peces dorados le dan forma al universo.”
O eso pienso que me dice,
en verdad no entiendo nada,
soy analfabeta de la vida.
Todo el mundo es Japón.
El maestro sonríe y señala el cerezo,
señala el pasto bailando con el viento,
señala los pinos cantando,
señala cada gota que sube,
las flores, la madera, el cielo,
me señala los pies
y veo que floto,
sobre el jardín saltan los edificios,
los recuerdo y caigo
hasta el fondo.
Cuando regreso el maestro no está,
los maestros siempre te dejan solo.

La ciudad escupe luces y gente,
pero se guarda el ruido
en algunas arrugas,
también guarda tiempos pasados,
como en la sonrisa del señor que vende sake
o en la abuela que viajó a mi lado en el avión,
me poso a subir sus maleta y habló de sus nietos y dios.
Ella es de filipinas y nos entendimos,
tenemos la misma imagen coronada con espinas.

JFQ