sábado, 19 de febrero de 2011

El día de la ciudad

porque no sabe juzgar



Ross Racine
White Eagle Park


Escritura Creativa

Oye Mérida, ven, acércate, préstame una de tus iglesias para contarte unos secretos. Anda, déjame secretearte.
Tal vez no me des tanta importancia. Soy aguda, soy delgada y, para algunos, también insignificante.
Pero desde donde estoy, tengo tu vista panorámica.
Te veo desde el principio hasta el final, de Norte a Sur y de Este a Oeste.
Miro hacia abajo y se me llenan los ojos de tus puntos cardinales.
¿Quieres pistas de quién soy? Estoy en el segundo elemento de los seis que te componen.
Soy el aliento que recorre tus calles rectas y de banquetas breves como fábulas de Monterroso.
Déjame felicitarte, una ciudad donde muchas palabras terminan con la letra “M”, bien hace en escoger dicho carácter como la letra inicial de su nombre.
Te digo algo ya en plan confidente, no eres tan blanca como te lo han hecho creer. Fuiste azul mucho tiempo, ahora roja, amarilla no creo. Casi no pinta el amarillo en la península.
¿Todavía no sabes quién soy? ¿Quieres más pistas? Existo en castellano, pero no en inglés.
También, y debido al avance tecnológico, siento que estoy pasando de moda. Ya casi no se me utiliza.
Sin embargo, acá sigo, firme, desde que se te bautizó con tu nombre. Porque si me fuera, serías más grave y menos musical.
¿Ya sabes quién soy?
No te lo quería decir, pero la cuartilla se está acabando.
Así que te digo: soy el acento que tienes en tu segunda letra.
Soy la tilde que te esdrujulea.


El más yucateco






Ross Racine
Hickorgyglen Estates


Los edificios tiene vida
y nosotros habitamos sus entrañas.
Los he visto pestañear
y buscar su reflejo en mis ojos.
Mueren de tristeza cuando nadie los visita,
tienen nacionalidad y vecindarios,
según su ubicación es su estilo,
su fachada y lo que comen,
-¿somos su comida o sus desechos?-
pueden ser altos o chaparros,
amenos o aburridos,
fieles o promiscuos.
El olvido mueve edificios
como la fe montañas.
Has visto sus lágrimas
correr sobre la fachada
y en las noches calladas
confundimos al viento
con su canto.


El de otros lados.